martes, 8 de diciembre de 2015

PEDRAJAS SOLIDARIO

CAMPAÑA DE NAVIDAD 2015

Todos los años, llegados estos días, la Asociación "Pedrajas Solidario" promueve su Campaña de Navidad, con el objetivo de recaudar fondos que serán destinados en esta ocasión a comedores para niños y ancianos de la Comunidad Pakayaku (Vicariato Apostólico de Puyo, Ecuador), país en que desarrolla su actividad misionera el P. Antonio Cabrejas, dominico, natural de Pedrajas, como todos sabéis.

Ya se encuentran expuestas al público, en el escaparate de la cafetería Chaplin, calle de San Andrés, dos magníficas cestas preparadas con productos donados por establecimientos comerciales y hosteleros de Pedrajas, a los que una vez más agradecemos su colaboración desinteresada.


Desde hace ya bastante tiempo, se encuentran disponibles las papeletas que dan derecho a participar en el sorteo de las cestas. Igual que el año pasado, en cada papeleta figuran tres números. Las rifas pueden adquirirse  en los establecimientos que habitualmente colaboran con Pedrajas Solidario o dirigiéndose a cualquier miembro de la Asociación.

 PAKAYAKU: UN LUGAR DE LA SELVA ECUATORIANA

Señores de Pedrajas Solidario:

¡Qué menos puedo hacer para corresponder a vuestra generosidad que ofreceros algunos datos de Pakayaku y sus moradores!

La distancia entre Pakayaku y Puyo es variable, dependiendo de si nos estamos refiriendo a entrar por vía fluvial (río Bobonaza), aérea (más rápida pero prohibitiva para la mayoría de sus habitantes), o caminando a través de la selva hasta Canelos, donde el autobús conecta con el Puyo. Pero, aproximadamente son 120 km.

Su población es de 1700 personas. El promedio de hijos por familia, entre 7 y 15. El entorno medioambiental es paradisíaco, de una belleza inenarrable y lleno de paz.

Las condiciones de vida: en Pakayaku, no se vive, se sobrevive. La falta de recursos es casi absoluta, la gente apenas saca de los campos para medio matar el hambre (que no para alimentarse), porque la belleza que vemos arriba, es tan grandiosa como la pobreza de sus terrenos para el cultivo de alimentos.

Lo único que se cosecha, al menos en esa zona del interior amazónico, es yuca, plátano y papachina y no en grandes cantidades. La fruta, apenas cubre ni una parte de la necesaria ingesta diaria; ni siquiera para los niños. De la caza y la pesca, casi no hay que contar, con lo que el aporte de proteínas es mínimo. Así que podemos decir que su alimentación consta, básicamente, de hidratos de carbono.

La unidad educativa de Pakayaku cuenta con 518 alumnos con un abanico de edades entre los dos y los 18 años como término medio, pues a veces se matriculan con más edad para terminar el bachillerato. Estos estudiantes tienen, al menos, una comida segura al día gracias a la ayuda de la Iglesia y la de algunas personas solidarias que, aunque con pequeños aportes, contribuyen a la compra de alimentos o al pago del combustible de la canoa para transportarlos. Además de esos cientos de estudiantes, también reciben el almuerzo diario entre 35 y 40 ancianos.

Ninguno de los dos comedores recibe absolutamente ninguna ayuda estatal. Ayuda interna o colaboración de las familias: en la medida de lo posible, cada niño aporta cada día una pieza de plátano, yuca o papachina.

La energía utilizada para cocinar es la leña. Se obtiene mediante una minga que los padres de familia hacen, más o menos, cada mes y medio.


Cocineros: Cada día cocinan dos matrimonios distintos por riguroso orden de lista. Los mismos se encargan del aseo de la cocina. Como ven no es nada fácil la existencia de estas personas, ya que los recursos en las comunidades del interior son mínimos. Tan mínimos, que ni siquiera dan para lo básico; mucho menos, para poder vender algo y sacar algún dinero que les ayude a llevar una vida más digna, que puedan comprar artículos tan básicos y necesarios como medicinas, ropa o calzado (no olvidemos que a ciertas horas del día, es preceptivo el uso de botas de goma para evitar la mordedura de las culebras, que todos los años se cobra la vida de algún niño).

Desafortunadamente, tengo que decir que después de 32 años funcionando la guardería, nos hemos visto obligados a cerrarla por falta de medios. De todos modos, la medida ha sido menos lesiva porque los niños ahora van a la escuela desde los dos años y allí reciben su almuerzo diario.

Por todo lo expuesto, pueden ver que toda ayuda es necesaria, toda solidaridad bien recibida y todo el corazón puesto en el empeño de que esos hermanos nuestros, puedan ir saliendo de la pobreza de solemnidad que los rodea.

Les quedo muy agradecida.

Hna. María Martín Bartol.
Misionera dominica.

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