sábado, 10 de marzo de 2018

A MI MADRE, CARMEN MERINO LEDO

Decía un profesor mío de Humanística que somos el producto de nuestra historia, que somos el eslabón de la cadena. Los primeros eslabones de mi cadena se han marchado, los dos en marzo, esperando la primavera. Marcelo el 22, hace dos años, y Carmen el 9.


¿Y tú de quién eres? …… De Carmen, la de Marcelo, y con eso bastaba, porque en un pueblo todos nos conocemos, todos somos cercanos. Es una suerte vivir en un pueblo. Y cuando van a despedir a un familiar nuestro, te das cuenta de lo que significa formar parte de la vida de ese pueblo, te das cuenta de que tu familia era muy querida por muchos miembros de ese pueblo, por sus muestras de afecto. ¡Qué bueno es esto!

Todos tenemos nuestro carácter, pero lo mejor es recordar lo bueno de las personas. Y solo puedo acordarme de lo bueno. Mi madre era una persona muy trabajadora, muy limpia, la encantaba limpiar, siempre estaba limpiando. Y sobre todo muy agradecida, siempre, si tú le dabas uno, ella te devolvía tres. Agradecida hasta el último momento, nunca la he oído dar tantas veces las “gracias cariño” como en los últimos cuatro meses, a todos, enfermeras, médicos, cuidadoras, y a todo el que la ayudara a algo. Porque cuando una persona siempre ha sido autosuficiente y muy válida, es muy duro que te tengan que ayudar para todo.


Estos días me han venido muchos recuerdos de mi casa, de experiencias vividas en la infancia, de mi barrio. Cuando hacíamos la matanza, de dos marranos criados en casa con patatas, pan, pienso del bueno, melones de la señora Tusa, todo envuelto en el dornajo (eso sí que eran marranos); cuando llegaba la hora de matarles, llamábamos a los vecinos: los hijos de la señora Tusa, el señor Eladio, el Rojo, Benito, Máximo, Mariano el de la Segunda, venían todos a sujetar la pata, para que el animal no se escapara, y ya lo creo que no se escapaba porque éramos un montón.

Y mi madre batiendo la sangre según caía en el barreñón de barro. Y nosotros grabando con el casset de entonces en las cintas, los chillidos del marrano. Y la chafaina que hacía mi madre, nadie la hacía mejor que ella, con trozos de tocino, carne, sangre cocida, y su olor a vinagre (qué olor tenia aquello y qué buenísimo estaba). En cuanto estaba hecho venían otra vez los vecinos y lo comíamos todos juntos.

Y cuando estaban hechas las morcillas de arroz y el calducho, ya empezaba “la envía”:  a los vecinos, a la señora Angelita... Mi madre lo daba prácticamente todo, en un plato ponía un trozo de cada parte del cerdo y morcilla, y mis hermanas y yo ya íbamos en danza a llevárselo.

Cuando vendimiábamos, lo mismo, a repartir las uvas. Y el día de la vendimia, qué revuelo se preparaba, era pequeño el majuelo, pero lo hacíamos grande. El almuerzo arriba en el majuelo, y mi madre preparaba allí las patatas con carne.

Cada vez que llega la Semana Santa el recuerdo es de potaje los viernes, y torrijas que me sabían a gloria. O cuando antes de Semana Santa íbamos a hacer bollos de piñón, rosquillas ciegas y de palo, las hacíamos en la panadería Duque, con la señora Paca, y lo llevábamos a casa en el carrucho de madera, en cestos tapados con manteles de cuadros.

Cuando llegaba San Juan, recuerdo las últimas veladas, en medio de la calle, entre nuestra casa y la de la Señora Segunda, con retamas que traíamos del pinar, (que recogíamos con Carlitos, Juan Ramón, Jose Cata, Juli…) y algún pote de miera, cómo ardía aquello, y alguna que otra rueda, madre mía, eso sí eran veladas (se podían hacer, nadie protestaba, nadie prohibía nada).

Y cuando iba mi madre al mercado, con su bici, siempre con su bici, y la caja detrás, y compraba tomates, lechugas, todo a muy buen precio, que ella sabía conseguir con su regateo, (que aprendió en Vigo, cuando trabajaba allí e iba a comprar al mercado), para repartir a sus hijas.


Los recuerdos de mi casa, los olores de las comidas, mi madre siempre dando algo, regalando algo a todo el que iba por allí, invitando a comer… Siempre tenía algo para dar. El ser agradecido, con todo, con todos.

Una persona con talento, con mucho talento, pero del bueno, no aprendido en academia. En sus buenos tiempos, bailaba y cantaba con un ritmo innato, y cómo recitaba poesía teatralizada, como se dice ahora. Sin academia, ni escuela de música ni danza.

Quiero dar muchas gracias a Yesi, a Pepi, a Paloma del CEAS, por concedernos a Paula, a Noelia, a Isabel, a Mercedes, nuestra Mercedes, grandes personas todas ellas, grandes profesionales, personas muy humanas (que eso no se aprende en ningún curso); sin ellas no hubiéramos podido llevar a cabo nuestra labor y poder compaginar todo. Gracias a todas.

Para que todos los hijos e hijas podamos cuidar de nuestros mayores, compaginar vida familiar, vida laboral fuera de casa y vida de casa, es muy importante que el CEAS, a través de Diputación amplíe horarios, y que se apoye muy mucho al centro de Alzhéimer de Íscar, para que ese tan necesitado respiro familiar siga adelante, pido de todo corazón que las instituciones tengan esto muy en cuenta.

No se nos olvide CUIDAR de los CUIDADORES, para poder seguir aportando con nuestro trabajo fuera de casa y seguir manteniendo nuestro sistema de vida social (médicos, maestros, aportación a la Seguridad Social, etc. etc., etc.).


Que tengas buen viaje, Carmen. Aquí se acaba tu película. Esperadnos, allí donde estéis, mucho tiempo. Mi ángel de la guarda, sigue rezando a San Antonio por todos nosotros.

MariLuz Alonso Merino.

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