viernes, 18 de mayo de 2018

ALEJANDRO, EL CARRETERO

Con el señor Alejandro, el hombre de mayor edad de nuestro pueblo, desaparece una persona con una gran cultura, propia de la gente de su época, adquirida en gran parte en la escuela de Pedrajas, con maestros a los que siempre recordaba con veneración. Destacaba en él una gran inquietud por conocer lo que sucedía en el mundo y formarse su propia opinión.

Nos contaba antes uno de sus hijos que hace unos días, sabiendo cercana su muerte, le recitó de memoria la estrofa inicial de las Coplas por la muerte de su padre, del esclarecido poeta castellano Jorge Manrique.

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

Nadie mejor que el señor Alejandro como fuente información oral de la historia de Pedrajas, de los acontecimientos más destacados que vivió en persona o de los que le hablaron. Sabía de todos los pedrajeros y sus familias, modo de vida, anécdotas, penas y alegrías… Le encantaba explicar con detalle los secretos de su oficio de maestro carretero, aprendido de su padre, el señor Benito Martín.

Hace poco más de un año, al cumplir los 98, lo entrevistamos brevemente, a la espera de que cumpliera un siglo de vida para volver a hacerlo con mayor amplitud. El destino ha querido que no fuera así. 

Quede constancia de que deja entre nosotros un buen recuerdo, por todo lo que hemos indicado y, sobre todo, por ser una persona buena, sencilla y afable.


ENTREVISTA ALEJANDRO MARTÍN GONZÁLEZ

Publicada en el blog Pedrajas.net el día 13 de marzo de 2017



Esta tarde he visitado al señor Alejandro, el Carretero, en la Residencia “Hogar Betania” para felicitarle en el día de su cumpleaños. Con sus 98 años es el hombre de mayor edad de Pedrajas, seguido por el señor Feliche, que se va acercando a los 96, igual que se acercaba mi padre, el señor Demetrio, el Cartero, recientemente fallecido.

Alejandro sigue siendo un gran conversador. Le encanta hablar del pasado y siempre saca a relucir una espléndida memoria. Hoy le hemos pedido que nos contara algunos aspectos de su vida, los más destacados.  Viene de una familia de maestros carreteros. Carretero fue su padre, Benito Martín Martín, lo mismo que su abuelo y su bisabuelo… Su madre, Dionisia González Salamanca, pertenecía a la familia de los Bartolos, así conocida por haberse llamado Bartolomé uno de sus antepasados. Fueron cinco hermanos, Sabina, Gregoria, Ángel, Máximo y él. Ángel murió muy joven, a los 20 años de edad.

Confiesa Alejandro que no le tenía mucho apego a la escuela, no era un buen escolante, pero, eso sí, estaba entre los cinco o seis chicos más adelantados. Recuerda a la perfección los nombres y apellido de todos los maestros que tuvo, entre ellos, don Teófilo Cristóbal Franco, que le enseñó de pequeño, y don Benito Iglesias Ferrero, que era muy socialista y muy inteligente. ¿Tendría algo que ver el apellido? Con don Benito aprendieron los quebrados, la raíz cuadrada y cúbica, la regla de tres… Les enseñaba con una enciclopedia de grado elemental, cada día les exigía una lección, de memoria. 

Dejó la escuela a los trece años de edad y se puso a aprender el oficio de carretero con su padre, igual que su hermano Máximo. El trabajo le gustaba. Todo se hacía a mano, con la azuela, la sierra, la garlopa y otras herramientas. Las medidas se tomaban todavía en pulgadas, varas o arrobas. Fabricaban carros, con las ruedas de radios de madera, protegidas por aros de hierro. Había carros para bueyes y carros para mulas o machos. También construían yugos o carretillos de ir a por el agua. 

Pronto llegó el tiempo de cumplir con el servicio militar. Se incorporó a filas el día 8 de febrero de 1938, en plena Guerra Civil. Estuvo en el frente del Alto del León, en las trincheras, pero no pegó muchos tiros. Tuvo suerte. En esa zona cayeron muchos soldados de Castilla. Por allí pasó el resto de la Guerra, en pueblos como Gudillos y Robledo de Chavela. Se licenció el 25 de abril de 1939, recién acabada la contienda. Aunque luego volvieron a movilizarlos, porque la cosa no estaba muy clara. Quedamos en que otro día, más despacio, hablaríamos nuevamente de la Guerra. Hoy teníamos prisa.

Volvió al pueblo, a trabajar de nuevo como carretero, con su hermano Máximo. Se casó por primera vez con Asunción Sanz en 1948, el mismo año en que murió Manolete en la plaza de toros de Linares, un 28 de agosto, día de San Agustín, en que además hubo un incendio en el interior de la iglesia de Pedrajas. Se quemó un poco el retablo en que está la Virgen del Rosario. Pudo haber sido mucho peor. A los trece meses de casados, murió Asunción. Unos años más tarde contrajo matrimonio con Águeda Sastre Miguelsanz, natural de Ochando, un pueblecito situado junto a Santa María la Real de Nieva, en la provincia de Segovia. La conoció por medio de unos parientes que vivían allí. Después fueron naciendo los hijos, Mariano, Jesús, Alejandro y Belén.

Haciendo carros transcurrió su vida. Cambiaron los tiempos y hubo que adaptarse a construir carros con las ruedas de goma. Después, la llegada de los tractores hizo que poco a poco los carros desaparecieran. Fue necesaria una nueva reconversión, esta vez para elaborar remolques de los tractores y cajas de los camiones. Al principio, mixtos, de hierro y madera; luego, todo de hierro. Puestos a trabajar el hierro, hicieron también rejas de ventanas y estufas. No olvidemos que el oficio tradicional de carretero unía en sí el trabajo de los carpinteros y el de los herreros, el de la madera y el del hierro. El nombre del taller seguía siendo el mismo: “Hijos de Benito Martín”.

Claro, que no todo era trabajar. A Alejandro le gustaba el baile, aunque reconoce que no era muy bailarín. Los domingos y fiestas de guardar iba a tomar el café en casa del tío Severiano Martín, llamado el bar Castellano. Le gustaba también jugar y ver jugar a la pelota, en el trinquete del señor Germán Román. Tampoco era buen jugador, su hermano Máximo, sí.

Por problemas en la vista, el señor Alejandro se vio obligado a jubilarse anticipadamente. Recuerda todavía a la perfección el método y la técnica necesarias para fabricar un carro a la antigua usanza. Hace ya unos cuantos años construyó algunos en miniatura para que los conservaran sus hijos como recuerdo. Se mostraron en una exposición sobre la artesanía de la madera en Íscar y Pedrajas organizada en 1989 por el Instituto de Formación Profesional de Íscar y un servidor, que redacta estas líneas.

Emplazamos a Alejandro para dentro de dos años, a celebrar, si Dios quiere, el centenario de su vida, manteniendo esa mente tan activa y esa memoria prodigiosa. A estas edades, sin embargo, la vida no suele ser de color rosa. Al despedirnos, nos confiesa que ya no puede leer, como le gustaría, ni ver la tele tampoco. Achaques de la edad.

Sirva este sencillo artículo, escrito a vuela pluma, como homenaje y reconocimiento al hombre de mayor edad de nuestro pueblo, hoy, 13 de marzo de 2017, en que alcanza los 98 años de vida.

Carlos Arranz Santos.

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